La creación del Centro, en el momento en que fuera decidida, en 1963, implicaba una determinación difícil, sin precedente alguno, riesgosa desde el punto de vista político, que comprometía recursos que no abundaban, pero era un sacrificio que México hacía gustosa y conscientemente, como parte de su deber de asistencia y solidaridad a los pueblos hermanos de la América Latina, y como un homenaje a la concordia hemisférica. La crítica, nacionalista y estrecha, señaló en ese tiempo que era ella una medida dispendiosa, distante, de dudoso provecho en un país que soporta aún muchas carencias. Mas el tiempo se encargó de vindicar a su ilustre fundador, no sólo por los tangibles beneficios que se han producido, y que no se han detallado en esta celebración, sino porque el Centro ha demostrado su considerable potencial como un instrumento de entendimiento y de colaboración entre los países de Latinoamérica. Ahora podemos comprobar que la idea, además de viable, fue acertada por entero hace quince años, y nos felicitamos por ello.